SIGNIFICACION HISTÓRICA DE LA
MASACRE DE CANTAURA
Carlos A. López Garcés
Cronista de Altagracia de Orituco
Estado Guárico
La
llamada Masacre de Cantaura, sucedida durante el gobierno presidido por Luis
Herrera Campíns, fue una operación militar ejecutada por órganos de seguridad
del Estado venezolano, al amanecer del lunes 4 de octubre de 1982, contra un
grupo de cuarentiún insurgentes del Frente Guerrillero Américo Silva, cuando se
disponía a realizar el Pleno Nacional del partido Bandera Roja, al cual
pertenecía. El hecho ocurrió en el sitio denominado Mare Mare o Los Changurriales
de Morocho Evans, a nueve kilómetros de Cantaura, en el estado Anzoátegui; allí
murieron veintitrés camaradas que soñaban con una patria verdaderamente libre,
independiente, autónoma, soberana y democrática, donde imperara la justicia en
todos sus ámbitos, como fundamento elemental para dignificar la condición
humana del ser venezolano. El grupo fue sometido a los efectos de la explosión
de diecisiete bombas de doscientas cincuenta libras cada una y al cerco de más
de mil quinientos efectivos del Ejército, de la Guardia Nacional y de la
Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP). Algunos
lograron evadir aquella acción exterminadora; unos murieron en el intento de
escapar y otros resultaron heridos, que luego fueron ejecutados con tiros de
gracia.
Para la comprensión del
significado histórico de esa masacre es necesario ubicarse en el tiempo y resaltar,
primeramente, que la dinámica de la sociedad capitalista está regida por la
imposición de los intereses de la alta burguesía, como clase dominante, sobre
los de las dominadas; aquella es poseedora del poder económico por ser propietaria de los medios de producción (lo
que es decir: tierra, capital y fuerza de trabajo ajena) y, por ende, dueña y usufructuaria de los mayores
y mejores beneficios sociales producidos,
al apropiarse de la plusvalía generada por las clases trabajadoras; por esto
insiste en adueñarse del poder político
y mantenerlo para asegurarle la subsistencia al modelo de sociedad que le
garantiza esos privilegios. Ese poder político lo ejerce mediante un régimen
gubernamental oligárquico, que tiene la obligación de proteger el mantenimiento
del Estado capitalista, para lo cual, incluso, proyecta, desarrolla y ejecuta
políticas de terror como prácticas rutinarias cuando surjan elementos
opositores a ese modelo de sociedad antihumano.
Esa protección estatal, en
el caso venezolano y particularmente para el momento de la masacre de Cantaura,
estaba favorecida por varios factores, entre los cuales es oportuno mencionar
los siguientes:
1.-
La colonización
La República de Venezuela era
un Estado colonizado (hoy en
proceso de transición hacia el socialismo), que había sido sostenido por
gobiernos dictatoriales o democráticos, dependientes y aliados del imperialismo
norteamericano, mientras no perjudicaran intereses del capitalismo nacional e
internacional, como ocurrió, por ejemplo, con el gobierno democrático
presidido por el general Isaías Medina Angarita, quien fue derrocado, entre
otras causas, por la eliminación del inciso sexto del artículo 32 de la
Constitución de 1936, según el cual estaba prohibido en Venezuela y considerada
como traición a la patria cualquier actividad relacionada con la divulgación
del ideal comunista, y por la aprobación de leyes nacionalistas, entre las
cuales resaltaba la de hidrocarburos que obligaba a las transnacionales petroleras
instaladas en Venezuela a pagar el 50 % de sus ganancias (el célebre
fifty-fifty) y la de reforma agraria que abolía el carácter latifundista de la
tenencia de la tierra. Lo propio sucedió con la dictadura encabezada por el
general Marcos Pérez Jiménez, en cuya destitución influyó, amén del descontento
popular y otras razones, su proyecto ferrocarrilero nacional porque atentaba
contra la industria automotriz norteamericana, sobre todo la del transporte
pesado, que tenía a Venezuela como uno de los mercados principales
latinoamericanos, máxime cuando en este país aun no se ensamblaban automóviles.
La inherencia del gobierno estadounidense estuvo presente en ambos casos.
2.-
La constitucionalidad
La subsistencia del Estado
capitalista venezolano estaba sustentada en la Constitución, las leyes y otros
instrumentos jurídicos, concebidos a la justa medida de los intereses de la
clase dominante y del imperialismo. No era casual que la Constitución vigente
durante el régimen del general Eleazar López Contreras contemplara, en el
inciso 6° del artículo 32, la prohibición de propagar la doctrina comunista, lo
que le permitió a ese gobierno expulsar del país a un grupo de venezolanos
acusados de ser partidarios de esa ideología; tampoco era una casualidad que,
por una parte, el texto constitucional reconociera el otorgamiento de derechos
humanos y, por la otra, autorizara al Presidente de la República para
suspenderlos cuando lo considerase conveniente, como hizo el Presidente Rómulo
Betancourt Bello, quien suspendió las garantías ciudadanas a poco tiempo de
haber sido concedidas mediante el título tercero de la Constitución aprobada el
23 de enero de 1961 y las mantuvo suspendidas durante su mandato, lo que le
sirvió para reprimir con ferocidad a todo indicio de oposición a su gobierno,
específicamente dirigida a
quienes luchaban contra la
dominación imperial capitalista y por la instauración del socialismo en Venezuela.
3.-
La organización institucional
La clase dominante contaba
con su propia institución gremial representada por FEDECAMARAS y con la Iglesia
Católica para lograr sus propósitos; asimismo, aupaba la formación de partidos
políticos y otros tipos de organizaciones, con la finalidad de reforzar la defensa del modelo de sociedad
capitalista imperante. La dirigencia alienada de esas organizaciones tenía, a
su vez, la tarea de alienar a la masa trabajadora, representativa de las clases
dominadas, para someterlas al servicio de sus propios explotadores, agrupados
en la clase dominante. Ese rol lo cumplían fundamentalmente los partidos
firmantes del denominado Pacto de Punto Fijo: Acción Democrática (AD),
Socialcristiano COPEI (Comité de Organización Popular Electoral Independiente)
y Unión Republicana Democrática (URD), además de otros de menor trascendencia
nacional.
4.-
La represión
La clase dominante no
ejecutaba directamente su política de terror y exterminio. Lo hacía por
intermedio de los llamados “aparatos represivos”, estructurados especialmente
para cumplir esa finalidad, entre los cuales estaban: las entonces denominadas Fuerzas
Armadas Nacionales (FAN), integrada por el Ejército Nacional de Venezuela
(ENV), la Fuerza Aérea Venezolana (FAV),
la Armada o Marina de Guerra y la Guardia Nacional (GN); el Servicio de
Inteligencia de las Fuerzas Armadas (SIFA), luego llamada Dirección de
Inteligencia Militar (DIM); la Dirección General de Policía (DIGEPOL),
identificada después como Dirección de los Servicios de Inteligencia y
Prevención (DISIP); la Policía Técnica Judicial (PTJ); los cuerpos policiales
de los estados y de los distritos (ahora municipios).
5.-
La ideologización
La preparación psicológica colectiva, realizada
mediante diversos recursos comunicacionales, le permitía a la clase dominante
divulgar profusamente el pensamiento capitalista para motivar la alienación de
las clases trabajadoras y,
gracias a estas contradicciones con ellas mismas, la aceptación
inconsciente de las falsas,
supuestas o aparentes bondades concedidas por el capitalismo a las
clases dominadas. A esa misma preparación psicológica alienante eran sometidos
los miembros de los aparatos represivos, con la finalidad de convencerlos ideológicamente
para percibir la ejecución de las medidas represivas y de exterminio como parte
de la aplicación de una política indispensable para la dominación ideológica del sistema capitalista. Tanto
debía ser el efecto psicológico para lograr esa convicción, que
utilizaban diferentes medios para estimular la percepción de un acto aterrador
como si fuese algo natural, válido, justificable, que hasta podía ser
disfrutado sin sentimientos de culpabilidad por quien lo ejecutara, tal como lo
incitaba aquella especie de copla macabra, entonada rítmicamente durante los
entrenamientos anti-guerrilleros, que decía: “Quiero
bañarme / en una bañera / llena de sangre, / de sangre guerrillera”.
6.-
La inconsciencia
La clase dominante
explotadora, ejerciendo su poder oligárquico, apelaba a distintos recursos para
impedir que las clases generadoras de los bienes sociales, tomaran consciencia
de clases explotadas y dominadas, que entendieran la realidad de estar sometidas a las imposiciones de un
régimen expoliador. Tanto era el efecto que la mayoría de sus integrantes
militaba en los partidos propugnadores del capitalismo o simpatizaba con ellos.
Esto facilitaba la conformación de los “aparatos represivos” con personas de las
clases dominadas y su utilización para reprimir a sus propias clases,
particularmente a quienes fuesen identificados como adversarios del régimen
capitalista.
La mayoría de las clases explotadas desconocían, no entendían y/o no
aceptaban que ellas, con su fuerza de trabajo, generan la plusvalía, de la cual
se apropia la clase dominante para usufructuarla como si hubiese sido su
productora, asumiendo su propiedad al hacer creer que le corresponde porque es
dueña del capital.
7.-
La cultura
La dinámica de la sociedad capitalista
está regida por patrones de conducta de vieja tradición, que revelan las
prácticas comunes y consuetudinarias de anti-valores culturales característicos,
heredados de modelos de sociedades coloniales y pre-capitalistas donde la ética,
la moral y las buenas costumbres no eran los factores preponderantes que regulaban
el comportamiento de la clase
dominadora ni de los mandatarios principales vinculados a ella.
Los principios teóricos de
esa ética, de esa moralidad y de esas buenas costumbres eran contradictorios con
lo practicado por la clase dominante. Mientras que por un lado incitaban a las
clases dominadas a cultivar la honestidad, la honradez, la solidaridad, la
lealtad, la responsabilidad, la humildad, la transigencia, el respeto, la
amistad, la concordia, el amor, el perdón, la justicia, etcétera, y establecían
medidas sancionatorias aplicables a quienes violaran esos postulados, por otra
parte practicaban la deshonestidad, la deshonra, la insolidaridad, la deslealtad,
la irresponsabilidad, la prepotencia, la intransigencia, el irrespeto, la
enemistad, la discordia, el odio, la venganza, la injusticia, otros y toleraban
la colectivización de esos anti-valores entre las clases dominadas, siempre y
cuando no afectaran intereses de la clase dominadora, al extremo que su practica
cotidiana, como elementos culturales de dominación, fue generalizándose e
incrementándose en el transcurso del siglo XX, sobre todo en la segunda mitad
de esa misma centuria cuando ocurrió su expansión con mayor intensidad.
El ejercicio rutinario de esos anti-valores se
hizo costumbre común, aceptada como algo natural, y le sirvió a la clase
dominante para aplicar su política represiva en aras de su sobrevivencia, por
lo que era frecuente la violación de los derechos humanos, entre los cuales
debe resaltarse la del derecho a la vida.
La clase dominante
capitalista no ejecutaba directamente las medidas represivas; actuaban de modo
semejante a los esclavistas en los tiempos coloniales cuando “había que”
reprimir a los esclavos, para lo cual utilizaban a los guatacos, quienes eran
otros esclavos encargados de esa función.
8.-
La internacionalización
La aplicación de la política de terror y exterminio para defender y
conservar la dominación del capitalismo imperial estadounidense tenía carácter
supranacional en el siglo XX y aún lo conserva en el XXI. A modo de
ilustración, basta mencionar la llamada Escuela de las Américas, establecida en
Panamá desde 1946 hasta 1984 cuando fue trasladada a Fort Benning, en la ciudad
de Columbus, Georgia, Estados Unidos; esta institución siempre ha tenido el
objetivo de entrenar a militares latinoamericanos para combatir a los
adversarios del modelo de sociedad capitalista, mediante la práctica de
torturas, desapariciones, muertes, técnicas de combate, de comando e
inteligencia militar; sus actuaciones han estado estrechamente vinculadas a las
de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) cuya finalidad básica es procurar
la estabilidad y expansión del régimen imperial. Seis ejemplos sirven para
fundamentar estas observaciones: uno, los numerosos combatientes anti-imperialistas
desaparecidos, torturados, muertos, presos, exiliados, etcétera, en América
Latina en los últimos sesenta años; dos, el derrocamiento del gobierno
guatemalteco de avanzada, encabezado por Jacobo Árbenz Guzmán, en junio de 1954;
tres, la frustrada invasión a Cuba por Playa Girón (Bahía de Cochinos) en abril
de 1961; cuatro, el sangriento golpe de Estado contra el gobierno chileno que
presidía Salvador Allende, en septiembre de 1973; cinco, la invasión de Estado
Unidos a Granada en octubre de 1983, para detener la revolución progresista
iniciada por Maurice Bishop; seis, la fracasada movilización golpista contra la
Revolución Bolivariana de Venezuela, que lidera el comandante Hugo Chávez
Frías, en abril de 2002. Además, es pertinente recordar las intervenciones
militares estadunidenses en países asiáticos y del mundo árabe.
Conclusión
No es correcto estudiar
históricamente la Masacre de Cantaura como un hecho aislado; para comprenderla
debe saberse que ella fue consecuencia de la política represiva del
imperialismo capitalista estadounidense, ejecutada por aliados venezolanos para enfrentar la
subversión anti-imperialista, independientemente de la magnitud del movimiento
subversivo u opositor, pues el objetivo principal era (y sigue siendo) el
aniquilamiento de los adversarios del capitalismo dominante, aunque esa
oposición hubiese sido por la vía pacífica(1).
_________________
(1)
Observación:
Este trabajo fue hecho con el propósito
de ser leído en el foro sobre la Masacre de Cantaura, que había organizado el
Ministerio Público para realizarlo el lunes 30 de julio de 2012, en el
auditorio del Grupo Escolar José Ramón Camejo de Altagracia de Orituco, pero fue pospuesto para el jueves 8 de agosto
del mismo año y en el mismo lugar. El autor no pudo asistir a esa actividad con
el objeto de leerlo y explicarlo, como estaba previsto, por razones ajenas a su
voluntad. (C.L.G.)