1.- Valor histórico
Las riberas del río Orituco,
específicamente en el municipio José Tadeo Monagas del estado Guárico y desde
tiempos coloniales hasta el presente, han sido utilizadas como base territorial
para la operatividad de unidades de producción agropecuaria, entre las cuales
estaba la hacienda La Rubileña cuyo nombre, según una suposición tradicional,
deriva del apellido Rubín, que habría sido el de uno de sus antiguos propietarios;
sin embargo, hasta ahora no ha sido posible encontrar datos confiables que
sirvan para verificar tal conjetura ni otros relacionados con su evolución.
Esa
finca estaba ubicada a nueve kilómetros (9 Km), aproximadamente, al noroeste de
Altagracia y a dos kilómetros (2 Km), en la misma dirección, del vecindario
Guanape. Esta localidad y la hacienda fueron cubiertas por las aguas del
embalse Guanapito en 1962. Restos de este centro agrícola quedaron expuestos,
como nunca antes, debido a la intensa sequía causada por el fenómeno natural El
Niño, sobre todo en los cuatro primeros meses del actual año 2016, lo cual
estimuló la idea de reseñarle algunas noticias provechosas, porque La
Rubileña integraba la dinámica socio-económica orituquense, lo que la
hace interesante para la historia local del siglo XX con respecto a tres
factores básicos: el modo de producción predominante, el aprovechamiento de la
energía eléctrica y la introducción del tabaco Virginia.
2.- Tenencia,
superficie y uso
El
modo de producción capitalista imperaba en territorio orituqueño a mediados del
siglo XX; era el mismo que regía en el área rural venezolana; estaba
caracterizado por la tenencia y uso particular de los medios de producción, lo
que es decir: la tierra,
edificaciones o inmuebles, maquinarias y otros mobiliarios e instrumentos de
labor eran de propiedad privada o usufructuadas por un arrendatario o más; el capital era propio o a préstamo; el trabajo era asalariado.
El
último propietario de La Rubileña fue el doctor Aza
Sánchez (abogado), a quien se la arrendó don Miguel Ávila hacia el año 1949,
cuando ya había desistido de continuar con el arrendamiento de la hacienda La
Margarita, propiedad del licenciado Pedro Salazar Vásquez y donde, con
aporte crediticio del Banco Agrícola y Pecuario, cultivaba café cuya producción
era de poca rentabilidad.
La
superficie de La Rubileña se extendía por el oeste hasta el sitio de Curucutí
y por el sur colindaba con la hacienda Guanapito; habría sido alrededor de
cuarenta hectáreas (40 has), que incluían el lugar de las edificaciones y el de
los sembradíos; entre las primeras estaban: la casa principal, grande, de
paredes de tapia, techo de tejas sobre caña amarga y piso de ladrillos; la casa
de los isleños; el trapiche y sus
anexos; el cuarto del alambique; los hornos de tabaco; el baño de
ganado; la sala de la planta hidroeléctrica; la vivienda para el celador o
responsable de la planta; el tanque de agua.
3.- Siembra primordial
La
caña dulce era el cultivo principal de la hacienda cuando don Miguel Ávila se
encargó de ella; además, había plantaciones de cacao, tomate y lechosa en menor
extensión, que trasladaban a Caracas con fines comerciales, y de cebolla,
cebollín, cilantro, lechuga, etcétera, para autoabastecimiento, en primer
lugar, y mercadeo; la lechosa también la vendían a la empresa de Ron Pampero,
en Aponte, cerca de Ocumare del Tuy. Por otra parte, hicieron pruebas con
tomate tipo manzano en 1950, con semillas importadas de Estados Unidos; pero las
siembras, al igual que en otras haciendas, fueron destruidas por la
extraordinaria creciente del río Orituco ocurrida el 22 de octubre, como lo
reseñó el periódico altagraciano Alborada
Nº 17, del día 29 de ese mismo mes y año, que dirigía el profesor Blas Loreto
Loreto (2009, p. 202).
La
molienda de caña dulce la hacían en un trapiche activado con fuerza hidráulica.
El jugo o guarapo pasaba, a través de un canal y previamente filtrado para
eliminarle las impurezas, a una serie de cuatro o cinco pailas donde era
hervido, con el fuego de la leña, hasta un punto óptimo de densidad para
fabricar papelón, con los moldes de madera respectivos, y alfondoque y
alfeñique, dos tipos de golosinas muy apreciados por la colectividad
orituqueña. Asimismo, lo utilizaban para la elaboración de aguardiente, lo que
requería de un cuarto oscuro, una batería de cubas para fermentar el jugo o
guarapo y un alambique para destilar el derivado alcohólico, cuya graduación
debía ser de 40 oGL, aunque algunas veces sobrepasaba tal medida; esta
actividad era supervisada por un funcionario de las rentas de licores
municipales, la que tenía dos inspectores encargados de esa labor, uno de los
cuales era el señor John Méndez en los años cincuenta de la centuria XX.
El
papelón lo vendían, hacia 1950, con peso de un kilogramo por unidad y a razón
de setenta bolívares la carga, equivalente a ochenta papelones cada una, que
envolvían con el bagazo de caña; su mercado elemental era Altagracia y otros
pueblos de Orituco, mientras que el aguardiente lo comercializaban en Caracas,
principalmente, y en bodegas y botiquines de Altagracia, envasado en bidones o “carboyas”, con la fama de ser el mejor
de la región, donde había otras haciendas que elaboraban ambos productos, entre
las cuales estaban Santa Rosa, Garabán y Tocoragua. El precio de
esos artículos disminuyó significativamente, al extremo que bajó el rendimiento
de las haciendas de caña orituquenses e hizo pensar a los productores en
soluciones urgentes para esa situación perjudicial.
4.- Prueba
victoriosa
Coincidiendo
con aquellas circunstancias desfavorables, don Miguel Ávila tuvo la oportunidad
de conocer en Caracas al presidente de la Compañía Anónima Venezolana de Tabaco
(CAVET), empresa productora de cigarrillos Capitolio, quien lo motivó para
hacer una prueba con tabaco Virginia en La Rubileña, la cual fue ejecutada
favorablemente con crédito aportado por la misma fabrica cigarrera. Los
primeros trabajos fueron hechos hacia 1951; incluyeron la aradura con dos
bueyes llamados Tumbaga y Ojo Negro, que los manejaba un portugués de nombre
Blas Balagao, quien ya trabajaba en esa hacienda, donde los utilizaba
preparando la tierra para sembrar y aporcando los frutos menores; estos
animales fueron de gran utilidad para el isleño Juan Gómez, un español-canario
de Gomera conocedor de las exigencias del tabaco, quien fue empleado por don
Miguel Ávila para coordinar actividades atinentes a ese cultivo. La casa
principal sirvió de horno para la primera cosecha obtenida, que fue de
excelente calidad, según lo indicó el altísimo porcentaje de hojas
amarillas.
El
resultado de aquella prueba fue tan exitoso que ocasionó la sustitución de la
caña dulce por el tabaco, dada su mayor rentabilidad, lo que significaba la
aplicación de nuevos criterios económicos y tecnológicos mediante: un aumento
de la superficie a cultivar; la incorporación de varios isleños expertos en ese
vegetal; la edificación de hornos tabacaleros a cargo del canario Manolo
Hernández como constructor, los cuales se activaban con querosén; la
adquisición de un tractor Massey-Harris con su respectiva rastra para
reemplazar a los dos bueyes, etcétera. Con este tractor sumaban dos en Orituco;
el otro estaba en la hacienda Campo Alegre, de acuerdo con una
información publicada en el quincenario altagraciano Correo del Orituco, de la segunda quincena de abril de 1968,
dirigido por Víctor Pérez Pérez; después hubo un tractor más, de marca Oliver,
en la hacienda Tocoragua.
El tabaco de La Rubileña lo llevaban a
la factoría de CAVET, ubicada en San Martín, Caracas. El éxito tabacalero de
esa hacienda sirvió para estimular la proliferación de ese cultivo en otras
fincas orituquenses, lo que se acrecentó con tanta determinación que fue el
sustituto de la caña dulce; esto denotaba un mejoramiento económico sustancioso
y sustentable para los hacendados. Valga un paréntesis para recordar que La
Carmenatera era la única unidad de producción valleorituqueña donde no
sembraban caña; allí predominaban las naranjas.
5.- Personal
Las
labores relacionadas con la producción tabacalera, cuando esta realidad se había
consolidado en La Rubileña, incluían, entre otros, los elementos siguientes:
de ocho a diez isleños canarios encargados del cultivo de la planta; veinte
peones cosechadores; un tractorista y dos obreros cargadores para trasladar las
hojas hasta los hornos; quince a veinte mujeres para el encuje; la cura en los
hornos a cargo de los isleños expertos; un grupo de mujeres clasificadoras.
Esto revela que había una división social del trabajo con respecto al sexo. La
clasificación la hacían según el color y la integridad de la hoja: amarillo
indicaba mejor calidad; marrón oscuro era inferior al amarillo y superior al
bajero. Este último era de baja categoría por estar muy maltratado y no tener
el color conveniente; tenía tres niveles: bajero uno, bajero dos y bajero tres.
Es
oportuno resaltar que una práctica hecha común fue el uso de guano (importado
de Chile) para abonar y de orina por su contenido de urea, ante la dificultad
de adquirirla en el mercado, como sucedía igualmente con los plaguicidas; por
esto combatían a los gusanos quitándoselos uno a uno a cada mata y echándolos
en un sombrero; los peones ganaban un bolívar por cada sombrero lleno de esa
plaga. Conviene decir que don Miguel Ávila se residenció con su esposa e hijos
en La
Rubileña, donde también laboraban algunos familiares suyos muy
cercanos: Jesús y Juan Ramón Ávila, caporales; Rafael y Alberto Ávila,
tractoristas; Arturo y Napoleón Ávila, choferes (sobrino el sexto y hermanos
los demás).
6.- Dos
recursos importantes
En la
hacienda había un sistema hidráulico que se surtía con agua del río
Orituco, la cual, desde la finca El Onoto sita al norte, descendía por gravedad
y a través de un canal construido en los cerros aledaños hasta La
Rubileña, donde era utilizada para activar el trapiche y la planta
eléctrica. Es justo recordar que el señor Nicasio Benavente era el encargado de
la distribución del agua que se hacía desde este sistema, durante varios años
hasta que terminaron las actividades.
El trapiche constaba de una rueda
metálica giratoria, quizás de cinco a seis metros de diámetro, que se activaba
con la fuerza del agua que le caía sobre las paletas de madera desde un canal
elevado; esa rueda estaba conectada mediante un engranaje a unos gruesos
rodillos de metal, que, al girar, servían para la molienda de la caña dulce y
así extraerle el jugo o guarapo que, por medio de un canal, iba a las pailas
para la elaboración del papelón antes comentada. El agua regresaba al río
Orituco por una acequia hecha con esa finalidad. Toda esta instalación, excepto
la rueda, estaba techada con zinc al igual que otras.
La
planta era encendida al activarse el movimiento del generador de electricidad
(dínamo), mediante una correa conectada a una turbina que giraba impulsada por
la fuerza del agua, la cual le llegaba, por gravedad y con abundancia,
descendiendo a alta velocidad por un tubo de quince a dieciséis pulgadas de
diámetro aproximado y una inclinación quizás de 40º, desde un tanque ubicado
acaso a veinte metros de altura. El agua también regresaba al río Orituco por
medio de una acequia como en el caso del trapiche.
El
señor Carlos Maurel era el encargado de encender la planta a las seis de la
tarde y apagarla a las nueve de la noche. Esta planta estaba en La
Rubileña cuando don Miguel Ávila asumió el arrendamiento de esa
hacienda. Una versión, narrada por el médico-escritor Rodrigo Infante Marrero
en su libro La prole de Evaristo (1989,
pp. 7 a 10), revela que habría sido instalada hacia 1926 por el dueño de esa
finca en esos días, el italiano don Arturo De Gregorio, con la ayuda de sus
hijos y del señor Ángel Constant, quien era muy inventivo para estos
quehaceres. Don Arturo la importó de Estados Unidos, vía La Guaira, y logró que
fuese trasladada a La Rubileña después de superar muchas dificultades por caminos
fragosos recorridos en el transcurso de varios meses. Don Arturo vendió la
hacienda, con la planta incluida, en 1929; luego compró la finca Tocoragua
donde falleció como consecuencia de la hematuria en 1930.
7.- Novedad
tecnológica
Al principio, aquella planta
proporcionaba únicamente electricidad para la finca; después sirvió además para
el alumbrado público de Altagracia de Orituco, donde significó un módico e
importante cambio cualitativo, a pesar de la baja intensidad de la luz, porque
fue la introducción de un adelanto tecnológico en el pueblo para sustituir un
servicio muy limitado, que había sido hecho con faroles de querosén, encendidos
por un farolero, desde el 5 de julio de 1874, al decir de Adolfo Antonio
Machado en sus Apuntaciones para la
historia de Altagracia de Orituco (1961, p. 90; 2008, p. 204).
Aquel
reducido avance, dado por la primera planta eléctrica de Orituco, fue posible
gracias a un contrato del dueño de la hacienda con el Concejo del otrora distrito
Monagas del estado Guárico, de acuerdo con el cual este cuerpo edilicio debía
pagar una determinada cantidad de dinero, que, inicialmente, habría sido de
trescientos bolívares por quinientos bombillos y durante el mismo horario que
regía para la finca. Este convenio permitió tender las líneas de cables desde La Rubileña, por el camino de Guanapito
a La
Carmenatera con rumbo hacia Altagracia de Orituco, donde era
aprovechada su utilidad aún en el año 1943, aproximadamente, cuando fue
instalada en la población una planta eléctrica que funcionaba con gasoil,
aportada por el ejecutivo regional guariqueño, según lo aseveró el gracitano
Agustín Fernández, quien fue uno de sus operadores; pero la de La
Rubileña siguió al servicio de la hacienda hasta que en esta cesaron
las labores hacia 1958, como consecuencia de la decisión ejecutiva nacional de
construir el embalse Guanapito por medio del otrora Ministerio de Obras
Públicas (MOP); esta obra fue iniciada en 1959 e inaugurada en abril de 1963
por el Presidente Rómulo Betancourt.
Altagracia de Orituco, mayo de 2016.
FUENTES
1.-
Bibliográficas
INFANTE, Rodrigo. La prole de Evaristo. Altagracia de
Orituco. Edición de la Casa de la Cultura Jesús Bandres. 1989.
LORETO LORETO, Blas. Alborada,
pie de luz para medio siglo. Altagracia
de Orituco. Edición de la Alcaldía del
Municipio José Tadeo Monagas del estado Guárico.
2009.
MACHADO,
Adolfo A. Apuntaciones para la historia (obra escrita
entre 1875 y 1899). Madrid. Publicaciones Amexco. 1961.
MACHADO,
Adolfo A. Recopilación de apuntaciones
para la historia de Altagracia de Orituco
hasta el siglo XIX. Altagracia de Orituco. Edición de la Alcaldía de
municipio José Tadeo Monagas del
estado Guárico. 2008.
2.-
Hemerográfica
“El tabaco Rubio: Base económica de
Orituco”. Correo del Orituco. Director: Víctor Pérez Pérez. Año I - Nº 1. Altagracia de
Orituco, segunda quincena de abril de 1968, pp.
4, 5.
3.-
Informaciones orales
ÁVILA
ARROYO, Carlos. Altagracia de Orituco, lunes 18 de abril de 2016.
ÁVILA
ARROYO, Miguel. Altagracia de Orituco, jueves 28 de abril de 2016.
ÁVILA
TIRADO, Napoleón. Taguay, martes 3 de mayo de 2016.
FERNÁNDEZ, Agustín. Altagracia de
Orituco, viernes 2 de marzo de 2012.
Espacio
correspondiente al lugar donde estuvo la hacienda La Rubileña, en la parte norte del embalse Guanapito, con
notable sequía por efecto del fenómeno natural El Niño. Obsérvese: restos del
trapiche (rueda hidráulica de hierro y base de madera del molino metálico), del
canal elevado de agua y, al fondo, una estructura de madera correspondiente a
los hornos de tabaco; además del nivel de descenso del agua y de la acumulación
de sedimentos. Foto: C.L.G., domingo 17 de abril de 2016.
Restos de los hornos de tabaco de la hacienda La
Rubileña. Foto: C.L.G., miércoles 20 de abril de 2016
Parte
de la planta hidroeléctrica de la hacienda La Rubileña. La capa de sedimento
que la rodea quizás sobrepase el metro de espesor. Foto: C.L.G., domingo 17 de
abril de 2016
“Don Arturo De Gregorio manejando en 1928 la planta de
energía eléctrica que construyó [sic] en
La Rubileña”. Reproducción
de la foto portada y de su leyenda, correspondientes al libro La prole de Evaristo, escrito por
Rodrigo Infante Marrero y editado por la Casa de la Cultura Jesús Bandres de
Altagracia de Orituco, en 1989. Comentario: C.L.G., Altagracia de Orituco,
sábado 23 de abril de 2016
Grupo
de niños en la hacienda La Rubileña. De izquierda a derecha:
Carlos Ávila Arroyo, Salomé Ávila Arroyo, sentada en las piernas de la joven
señora Ligia de Lentini, y Gardenia Ávila Palacios; detrás, en el mismo orden:
Pedro Miguel Jaramillo, Miguel Ávila Arroyo y otro niño no identificado. Esa
hacienda quedó cubierta por las aguas del embalse Guanapito en 1962. Foto: Colección
de Carlos Ávila A.; data quizás de mayo del año 1949. Comentario: C.L.G.,
Altagracia de Orituco, sábado 23 de abril de 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario